lunes, 17 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXIII)



Descubrir que has fracasado como hombre es una sensación extraña. Una mezcla de Gil de Biedma y Antonio Gamoneda. Comprobar lo que has tenido ocasión de hacer, lo que podría haber sido y lo que ha sido. Y ha sido mucho pero también nada.

El fracaso es la sensación del perjuicio. Una indemnización sin recibo de vuelta. Volver a lo mismo de manera gratuita y hacer constar las sombras. Nunca sale el sol si es primavera.

La creación es un fracaso constante. Nadie puede pensar lo contrario. Hacerlo sería desmesurado. Sería como entender a Platón sin argumentos.

La creación es fracaso. Y el fracaso enriquece. Porque llega un momento que deja de ser fracaso. Es virtud, tono, armonía, ritmo.

Mientras el hombre asimila su funesto ser, la creación se enriquece del fracaso para hacerse grande. Eterna.

Y dicen que es poesía (eso cree dios). Lo siguen comentando. Se escuchan las campanas que anuncian ese malogrado sin sentir, sin vivir, sin ser.

Una verdad es grande cuando se ha hecho pequeña con anterioridad. Creer lo contrario es un error. Y el fracaso es necesario para vivir y sobre todo, para crear.