martes, 4 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XVII)



Tengo que invitar a casa al callista de Tomares. Creo que a dios le hará mucha ilusión conocerlo. Un individuo joven y discreto, simpático, pero muy directo. Si tiene que decir algo, lo dice. No se muerde la lengua, la engorda.

No entiende de poesía, y cree que los líricos somos gente de mal. Locos, bohemios, una mala familia de la sociedad. Individuos que piensan en las musas e incapaces de hacer algo por este tiempo que corre.

Este tiempo que corre no es el mío. Y por pensar, no dejo de observar a la puñetera araña que viene derecha hacia mi rodilla. Cuando veo un insecto le llamo como a un escritor.

Detesto a las hormigas. Además de fumigarlas, las llamo Larsson. Y las piso. ¡Esta se va a ir con los hombres que no amaban a las mujeres! ¡Y tú te irás al bidón de gasolina!

A los saltamontes machos los llamo Quevedos y a las hembras Góngoras. Si se entretienen utilizan su discurso elemental copulativo.

Hay insectos que denomino Muñoz Molina, y Fernández Mallo, y, como diría E G-M, hasta los hay Benjamín Prado. Hay segundas ediciones de Blanca Andreu, y primeras de autores desconocidos.

Pero como el callista de Tomares ningún insecto. Tengo que invitarlo a Siltolá, a ver si acepta.