lunes, 10 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XIX)



Dicen que dios es amor. Amor infinito. Y es el amor lo que destruye al hombre. Tal vez por eso se haya afectado tanto.

Reconoce que creía haber leído “Es la mujer la que destruye al hombre”, pero no, es el amor. Entiéndase el amor como algo eterno e inmutable. Entiéndase como se quiera, aunque sólo existe una forma posible en el amor.

Eusebio me acaba de regalar el libro dedicado con la “H”. No la puso intercalada. Ya existen suficientes conciencias intercaladas como para delimitar la ignorancia con una justa palabra muda.

Pero en esta ocasión no era la palabra justa. Era un añadido, un pegote de letra, bien legible por cierto. Caligrafía de cuerdos o ignorantes. Caligrafía de cuadernillos antiguos.

Siempre he defendido al remedio como una de las causas más importantes de la creación. Ocurre, que el remedio existe hasta que deja de ser remedio y se convierte en rutina. No bajemos la guardia. El cansancio lleva implícito un proceso.

Después de dar todo en una vida, que es eterna, y decidir poner en barbecho su existencia (se ha venido a vivir conmigo), resulta que dios duda. Pero la duda enriquece al poema. La duda determina su grandeza, la duda hace eterno al hombre.

Conformarse en el remedio y en la duda. Así vivimos. Jadeamos esencia. Reproducimos verdades.

Lo he cogido del brazo y hemos dado un paseo por Siltolá. Al llegar le he dicho:

“El poeta es un simple locutor. Él no responde por las malas noticias”
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