jueves, 29 de abril de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XV)



Mañana dejaré a dios solo. ¡A ver si hace algo provechoso! Sus discusiones con el jardinero son constantes. No se entienden.

Tendrá que acostumbrarse, mañana salgo de la Isla para recibir a Pilar Pardo y a Tomás R. Reyes en otra Isla, en la Casa del Libro. El miércoles tendrá que dormir solo. Viajo a Madrid, la Isla recibe a Aurora Pimentel en sus Álogos.

Pregunta dios porqué he suprimido todos los álogos, y le respondo que para no leer impertinencias. Tengo bastante con las que él comunica. Me mira con mala uva y tomo un mosto fresco. Es sano.

Lo suyo con el jardinero me ha costado dos mimosas y una maldita palmera que debe agarrar, tiene que agarrar. ¿Podrá el deseo con las raíces?

Quiere dios que el jardinero plante cosas grandes, vistosas, eternas. Pero ahora es mala fecha, muy mala. El calor lo mata todo, aunque haya agua abundante. Y tan negativo es la ausencia como la exageración.

Mirando las plantas y los árboles descubro que la poesía es selección natural, libertad y entendimiento. Prefiero quedarme con las personas. Siempre con las personas. Los desagradecidos me los como, y para digerirlos un mosto o un MM. Poesía sin libertad no existe. Podemos elegir lo que nos gusta y lo que nos desata.

Un mal de nuestro país, y de su lírica, es el gusto manido. Ellos se gustan y se admiran (a sí mismos y entre sí). Se glorifican. ¡Pobrecillos! Siempre lo mismo, en tiempo y espacio, sin opción a la novedad. Lo nuevo viene de la mano de las plantas secas y muertas.

Aunque mañana le deje solo volveré pronto a casa. Odio las aglomeraciones, y si son de poetas las odio aún más. Odio hablar por teléfono, los sms, los emails. Sólo eres feliz cuando estás solo.