martes, 27 de abril de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XIV)



Escribamos diarios. Unipersonales, indiscriminados, generosos, austeros. Los hay de todo tipo, y de diferentes colores. Un diario es una sensación sin pensamiento. Una premeditación sin consuelo.

Decía un escritor que se liberaba escribiendo diarios. Los hay viajeros, muy viajeros y también, tremendamente viajeros. Los textos están acompañados de fotografías que ilustran la narración o el desahogo.

Los hay más volátiles que otros. Entendiendo por mudable, lo inconstante. ¿Hay algo más inestable que un diario? Nunca apareces en la foto. Prefieres los paisajes, los monumentos, oriundos del lugar sin vacilar. No se mueven en las instantáneas. La perfección ronda el miedo.

Dice dios que empezó a escribir su diario hace una eternidad. ¡Vaya con la palabra! Perpetuidad como atributo, sinónimo de esencia.

¡Lo va a leer un guardia! –le dije. Y se encerró a escribir el turno del día. De ese día donde el calor se hace insoportable. Y sopla la eternidad en el pasillo.