sábado, 3 de abril de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia VII)



Está la vida muy mala, la verdad. Cada día es más difícil superar los acontecimientos que nos llegan y en cada ocasión no sabemos sobrellevar con paciencia la ilusión de los días.

Se ha marchado, dios se ha ido. Yo parto para Londres y él para su resurrección y vida. Le echo de menos. Uno se acostumbra a una compañía al igual que se acostumbra a estar de vacaciones. Le he llamado al móvil en varias ocasiones pero está sin cobertura. No creo que la compañía telefónica disponga de roaming en la eternidad.

Paseo por Westminster y recuerdo mi juventud tras la barra de un bar de pueblo para poder estudiar. Con el dinero que recibía hacía dos montones, uno se lo daba a mi madre y con el otro podía comprarme libros y pagar los gastos de estudio.

Tuve que abrir una cartilla en la Caja Postal. Las becas las ingresaban allí. Fui pocas veces a la oficina, lo justo y necesario. La necesidad y la necedad nos determinan.

He venido con varios libros de poemas que no he tenido ocasión de leer. Hace frío, y el golpe en la cara curte, favorece.

Esta vez no hago más que pensar en los jóvenes. Tan indiferentes e irreales como una piña a punto de ser cortada en rodajas. Les falta el corazón, la fibra.

Todos podemos hacer más de lo que hacemos. Todos podemos determinar lo indeterminable. Unas obras completas de Miguel Hernández para conmemorar lo manifiesto.

Queremos, amamos, sentimos. Pero Fito nos corrige, no amemos tanto si te olvidan pronto, ya has dejado de ser.